Un
problema lo puedo resolver o lo puedo “disolver”. Me explico: lo
resuelvo con acciones distintas a las que he puesto en marcha hasta hoy,
y lo “disuelvo” dejando de ver esa situación como un problema. En
ambos casos realizo cambios, o en mi modus operandi o en la perspectiva
que elijo. Por eso la International Coach Federation (ICF) define el
coaching como un proceso conversacional sistémico que facilita un
aprendizaje a través del cual transformamos el tipo de observador que
somos, lo que promueve cambios cognitivos, emocionales y conductuales
que expanden la capacidad de acción en función de las metas propuestas.
Pero que te quede claro: si no hay acción, no es coaching.
Me gusta definir el coaching como una conversación que dura varias sesiones y que está plagada de preguntas abiertas que me permiten entrar en el mapa mental de mi interlocutor para unir lo separado y separar lo mezclado. Es una conversación en la que no se juzga a nadie y que pretende descubrir cómo está el cliente (estado presente), qué desea (estado deseado) y qué va a hacer para alcanzarlo (plan de acción). Esto lo conseguimos distinguiendo entre hechos (facts) e interpretaciones (opinions), para explorar una visión alternativa sobre los acontecimientos de la vida y diseñar nuevos comportamientos a raíz de esa nueva visión, lo que técnicamente denominamos Aprendizaje Transformacional.
El protagonista absoluto del proceso es el cliente, o sea, la persona que ha sufrido un quiebre que no sabe resolver solo. Ese quiebre descubre una brecha de aprendizaje, es decir, qué necesita saber sobre sí, los demás o el mundo, a fin de que lo sucedido le permita incorporar nuevas destrezas para su vida.
Me gusta definir el coaching como una conversación que dura varias sesiones y que está plagada de preguntas abiertas que me permiten entrar en el mapa mental de mi interlocutor para unir lo separado y separar lo mezclado. Es una conversación en la que no se juzga a nadie y que pretende descubrir cómo está el cliente (estado presente), qué desea (estado deseado) y qué va a hacer para alcanzarlo (plan de acción). Esto lo conseguimos distinguiendo entre hechos (facts) e interpretaciones (opinions), para explorar una visión alternativa sobre los acontecimientos de la vida y diseñar nuevos comportamientos a raíz de esa nueva visión, lo que técnicamente denominamos Aprendizaje Transformacional.
El protagonista absoluto del proceso es el cliente, o sea, la persona que ha sufrido un quiebre que no sabe resolver solo. Ese quiebre descubre una brecha de aprendizaje, es decir, qué necesita saber sobre sí, los demás o el mundo, a fin de que lo sucedido le permita incorporar nuevas destrezas para su vida.
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